Mark







BOG-COL 2020
un libro de mandalas para colorear de
︎ Casa de Negocio
 

    ᴛéᴄɴɪᴄᴀ: impresión riso 1 tinta
    ᴅɪᴍᴇɴsɪᴏɴᴇs: 12.5 ᴄᴍ x 18.5 ᴄᴍ
    ᴘáɢɪɴᴀs: 26 pgs. en papel bond
    1ᵉʳᵃ ed. 50 u.
    2ᵈᵃ  ed. 50 u.

  
   
ᴘʀᴇᴄɪᴏ: 20 ᴍɪʟ ᴄᴏᴘ.





Esta es la verdadera y más cierta historia sobre mi estómago.



Hace algún tiempo sufrí una crisis que anuló mi capacidad para dormir. Fueron dos años, dos horas de sueño diarias máximo; cuatro horas en un día excelente. Y entonces comencé a chiflarme. Visité innmuerables médicos, tomé antibióticos, pastillas, puse ladrillos en las patas de la cama, me hicieron endoscopias, pasé por decenas de dietas, bioenergéticos, gotas, y también recibí miles de consejos, ¡Papaya en ayunas! ¡Aloe vera!... pero no es el consejo típico o común el que mejor funciona. Especialmente porque yo no era una persona común: tenía 20 años, una úlcera gástrica y las encías de un viejo de 70.

Ah, ¡cómo recuerdo esa visita al odontólogo! Recostado e indefenso sobre una silla especial que bien podría ser un sofá exquisito para leer, con la boca abierta y un aparato sosteniéndola, el extractor de saliva listo para succionar al menor exceso, y todo esto mientras Patricia, la odontóloga, chequeaba mis entrañas con su espejo y resolvía en cuestión de segundos: ¡Uy! E inmediatamente llamaba a su asistente para que viniera a verme, y después otra vez —¡Ey, ey! — Levantaba la voz para que otros odontólogos, residentes universitarios, se acercaran también. Ocho personas, inclinadas ligeramente como buscando las piedras al final de un acantilado, como quien se reúne alrededor de un cadáver fresco en mitad de la carretera, expectantes, mientras Patricia indicaba —¿Sí ven como están carcomidas las encías? —, son las encías de un viejo de 70, y justo después me preguntaba a mí, que escasamente podía articular palabra, tal vez por el aparato que impedía cerrar la boca o acaso por la tristeza infinita de haber perdido las encías para siempre, y arremetía: ¿Qué fue lo que hizo? Y yo, que poco o nada podía articular palabra, le respondí que los jugos gástricos subían hasta la boca y me carcomían las encías…

Salí cabizbajo, arqueólogo de baldosas, profesor emérito del desasosiego, y esa misma noche decidí mandar la gastritis a la mierda y con ella a los médicos y a los odontólogos del mundo. Y para hacerlo seguí un solo consejo: “Escribí, no importa qué, solo escribí. Un diario personal, no algo para mostrar, pero escribí”, alguien me había dicho eso, alguien de Cali, parece… y yo, que ya había probado la hiel del pollo, no tenía nada que perder. Así que comencé a escribir durante las clases en la universidad, a escribir sobre cualquier cosa que pensaba mientras los profesores ponían música en el aire, y al poco tiempo lo tomé como un hábito que trasladé a libretas, documentos de Word, Facebook, un blog e incluso a mi hoja de vida.  

En el transcurso del ejercicio fui mejorándome y pronto recuperé el sueño; la ansiedad y el estrés que producen el insomnio disminuyeron notablemente y estuve de buen semblante… incluso cultivé una pequeña panza que todavía hoy camina conmigo. De toda esta experiencia, que no tuvo un comienzo fácil, —¿Y qué cosa tiene un comienzo fácil? —,  me quedé con el hábito de escribir y también el de leer. Y aunque en su mayoría asumo que soy ambas, un mal escritor y un mal lector, encontré una voz entre todas las posibilidades que ofrecen la literatura y la lengua. ¿Mi voz? ¡Mandala a la mierda!

Los invito a que conozcan el fruto de las entrañas, del insomnio y el trabajo dedicado: Este es el primer producto de @casadenegocio, una idea original de este estómago, un libro de mandalas que tanto me hubiera servido por allá cuando tenía 20 años, un libro para colorear, un instrumento para mandar todo a la mierda... Pero también es el producto de un parche que le apuesta a hacer (otras) cosas: @marthildaa en el diseño del libro y la creación de los Mandalas, @elcajonedit en la edición y distribución del material, @tallercolmillo en la impresión risográfica y @casadenegocio en la idea original.


Juan Felipe Albán

CdeN. Cepillamos las palabras y fabricamos nombres.
Ahora también hacemos libros.





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